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La desembocadura del río Almanzora

1. Breve descripción geográfica del río. Su antiguo estuario.

El Almanzora es un río-rambla, denominado así por algunos geógrafos debido a la irregularidad de su caudal, ya que a períodos de ausencia de agua en su curso, sobre todo durante el estío, pueden suceder, principalmente en otoño, impactantes riadas. Algunos años, dependiendo del régimen de precipitaciones, por sus arenas corre un discreto caudal de forma continuada durante los meses de invierno y primavera.

Pues bien, nuestro río, de similares características a la mayoría de los que surcan la geografía surestina, nace en la Sierra de Carrasco, estribaciones de los Filabres, en el término municipal de Alcóntar (provincia de Almería). Desde las vegas altas de esta localidad y la vecina de Serón recorre 110 kilómetros hasta su desembocadura en Villaricos, término municipal de Cuevas del Almanzora. En su trasiego de oeste a este forma un amplio valle, encajado entre las sierras de las Estancias y de los Filabres, de 2.611 kilómetros cuadrados del que secularmente ha sido su sustento de vida. Su afluente más importante, aparte de la rambla de Oria o de Albox, es la de Canalejas o Muleria, que le vierte sus ocasionales aguas por la margen izquierda apenas un kilómetro antes de su desembocadura. Es uno de los principales ríos de las cuencas mediterráneas andaluzas, concretamente el segundo por su longitud y superficie después del malagueño Guadalhorce.

El amplio álveo arenoso del río Almanzora a su paso por el núcleo urbano de Cuevas del Almanzora. Fotografía anónima apresada hacia 1910. Col. Juan Grima Cervantes

2. Un río de civilizaciones

El Almanzora ha sido a lo largo de la prehistoria y de la historia un factor favorable para el surgimiento y desarrollo de las diferentes civilizaciones que se asentaron en este territorio: desde la Edad del Cobre, cuando los habitantes del poblado de Almizaraque (2600-1900 a. C.), en las inmediaciones de la actual Herrerías, eligieron su ribera como enclave más propicio, hasta los asentamientos argáricos de la Edad del Bronce, como Fuente Álamo o El Oficio (2200-1500 a. C.), que tuvieron como principal sustento los cultivos que se extendían por sus fértiles riberas.

Tumba calcolítica en la necrópolis de La Encantada, muy cerca del poblado de la Edad del Bronce de Almizaraque, próximo a la ribera izquierda del Almanzora. Col. Enrique Fdez. Bolea

La decisión de los fenicios de fundar Baria en el siglo VII a. C. en este enclave costero influyó sin duda la cercanía de este río que por entonces presentaba una mayor regularidad, manteniendo probablemente caudales permanentes durante todo el año. La ciudad fue situada en un lugar estratégico, sobre una península elevada entre el estuario que en aquella época formaba el Almanzora en su desembocadura y el Mediterráneo. La línea de costa no era la que hoy podemos observar: el mar, a través del mencionado estuario, penetraba hacia el interior, hasta Las Rozas y la confluencia de la rambla de Muleria con el río Almanzora. De este modo, los fenicios, y después púnicos y romanos, podían acercarse por esta lengua de mar navegable hasta las tierras de cultivo del interior y hasta los próximos yacimientos mineros de Almagrera y Herrerías, de donde extraían plata, hierro y cobre, una explotación que puede ser considerada la causa primera de la colonización de estas tierras. Por otro lado, el propio curso del río suponía una directa vía de comunicación con otras zonas levantinas almerienses y las altiplanicies granadinas, pródigas en cereales y ganados.

La desembocadura del río Almanzora en la Antigüedad formaba un estuario que penetraba hacia el interior

En época romana el Surbo, como lo llamaban entonces, término derivado de flumen superbum o río soberbio por la frecuencia de sus devastadoras riadas, se constituyó en un eje muy importante de comunicación entre el Mediterráneo y el sureste peninsular. De hecho, el hallazgo de una lápida de mármol encontrada en las proximidades de la desembocadura atestigua la trascendencia que los de Roma otorgaron a este accidente geográfico: en ella podía leerse, escrita en caracteres latinos, “Baeticae finis”, es decir, “Hasta aquí la Bética”, señalando que Baria, la actual Villaricos y su río separaba el límite de las provincias romanas de la Bética y la Tarraconense.

El Guadalmanzora, como lo llamaron los árabes, siguió cumpliendo su función de pasillo de comunicación entre la costa y las fértiles tierras ribereñas en los siglos de dominación musulmana. En este tiempo la costa, más expuesta a los riesgos provenientes del mar se despuebla en beneficio de otros asentamientos del valle bajo, cuya orografía y distancia de la costa le garantizaban una mayor protección. El avance de la frontera cristiana hasta Lorca en el siglo XII convertirá todo el norte del curso bajo del Almanzora en tierra de frontera, con lo que ello suponía de constantes incursiones, cabalgadas y enfrentamientos a un lado y a otro del mojón Mahoma-Santiago. Fue en la segunda mitad de aquella centuria cuando se levante sobre un prominente altozano una torre de alquería que ejercía vigilancia y protección frente a las amenazas que provenían del otro lado de la frontera y desde el mar, porque desde allí podían captarse sin obstáculo las señales de alarma procedentes de otras atalayas como la de las Mateas. Este torreón ataluzado, actual torre del homenaje del castillo del Marqués de los Vélez, aseguró una primitiva e incipiente expansión urbana por su ladera de levante, así como el poblamiento cavernícola de las terreras arcillosas cercanas, una comunidad humana que supo aprovechar la fertilidad de las tierras regadas y entarquinadas por las cenagosas avenidas de este río de vida. Fue este origen del emplazamiento de la antigua villa de Las Cuevas y actual ciudad de Cuevas del Almanzora.

El río Almanzora, con caudal esporádico, a su paso por las ruinas del puente de Santa Bárbara, en los límites entre los términos municipales de Huércal-Overa y Cuevas del Almanzora. Col. Enrique Fdez. Bolea

3. Fuente de vida, causa de desastres y foco de enfermedades

El Almanzora, sus crecidas más o menos frecuentes, sus caudales estacionales y las corrientes subálveas, están en el origen de la fertilidad de la vega baja, una dilatada área ribereña que se extiende de noroeste a sureste por ambas márgenes de su curso final, quince kilómetros antes de su desembocadura. Sin duda, el cultivo de estas tierras ha sido sustento secular y fuente de riqueza a lo largo de las distintas etapas de nuestra historia, único y exclusivo hasta el comienzo de las explotaciones mineras a partir de 1839. Gracias a sus caudales esporádicos y a los tarquines aportados por sus riadas la feraz huerta cuevana convirtió a la primitiva población de Cuevas, al menos desde época nazarí, en un emporio agrícola, un potente atractivo para aquellos cristianos viejos que, tras la reconquista cristiana de 1488, repoblaron esta tierra y heredaron de mudéjares, primero, y moriscos, después, un portentoso legado sobre cultivos y riegos. Esta vocación agrícola no ha cesado hasta nuestros días, constituyéndose aún, con los cambios que han traído los siglos, en nuestra principal fuente de riqueza y base de la economía local.

Pero desgraciadamente esos mismos desbordamientos del Almanzora, que fertilizaban la huerta cuevana depositando sobre ella capas y capas de tarquines, en ocasiones sembraban la destrucción y la tragedia entre sus habitantes. A lo largo de nuestra historia se suceden colosales avenidas del soberbio Almanzora que provocaron cuantiosas pérdidas materiales al devastar predios y enseres, y no pocas veces segaron la vida de sus habitantes. Un período especialmente dramático como consecuencia de la frecuencia e ímpetu de estas riadas fue el que tuvo lugar durante el último tercio del siglo XIX; desde 1871 hasta 1900 se computan desastrosas inundaciones, aunque por su impacto y nefastas repercusiones hay que destacar la llamada de Santa Teresa, acaecida el 14 de octubre de 1879 o la conocida como la del Naranjo, que se produjo el 6 de septiembre de 1888, tanto una como otra causa de decenas de muertos en el municipio cuevano. Especialmente nefasto fue 1884, un año en extremo húmedo en el que se vivieron multitud de desbordamientos que trajeron consigo destrucción y la alteración de la vida cotidiana, que tuvo que adaptarse a las condiciones de aislamiento que el enorme y constante caudal del Almanzora provocó, en un momento donde todavía no se había construido un puente que comunicase el núcleo principal de población con el resto del municipio, en especial con sus cuencas mineras. Las riadas de septiembre de 1891 y junio de 1900 también pueden ser calificadas de memorables. Ya en el siglo XX, al margen de la de 1924, sobresale la del 19 de octubre de 1973, considerada como una avenida de las que acontecen cada 500 o 1000 años, que mostró un poder destructivo inusitado, inundó los barrios menos elevados de Cuevas y, si bien no hubo que lamentar pérdidas humanas, sembró la más absoluta desolación en toda la vega.

Grabado publicado en 1880 que, por medio de viñetas, recrea distintas escenas de aquella fatídica noche del 14 de octubre de 1879, fecha de la histórica riada de Santa Teresa, y sus funestas consecuencias a raíz de los desbordamientos del Almanzora y su afluente, la rambla de Muleria. Col. Enrique Fdez. Bolea

En los últimos siglos el Almanzora siempre ha formado, cuando desemboca en Villaricos, un conjunto de lagunas. Estas aguas estancadas se transformaban en un foco de infección de primer orden en cuanto el verano se mostraba con sus ardorosas temperaturas. Hasta tal extremo era así que hubo un tiempo, a mediados del siglo XIX, en que este otrora apetecido centro de baños estivales quedó casi desierto por el miedo de los veraneantes a las enfermedades que generaba. Y es que aquellos humedales resultaban el origen de las fiebres tercianas, ahora conocidas como malaria o paludismo, una infección que genera el parásito plasmodium que es transmitido a los humanos a través del mosquito. A los síntomas leves que provoca, como escalofríos, fiebres y dolores musculares, pueden suceder, en los casos más graves, anemias, hemorragias y colapso renal. Si afecta al cerebro puede conducir a la muerte. La incidencia de esta enfermedad en los habitantes de Villaricos condicionó la propia existencia de su faro (1863-1880), puesto que los fareros que lo atendían la contraían con frecuencia y, al final, terminaron por rechazar este destino, viéndose obligados los responsables a reubicar el faro la cercana Garrucha. Algo similar sucedió con la fundición Carmelita, que se levantaba junto al castillo, cuya dirección optó por suspender la actividad del establecimiento cuando llegaba el verano y, para evitar las pérdidas derivadas de esta improductividad estacional, mandó construir la fundición Santa Ana, al norte de Villaricos y por tanto alejada del foco de infección, que funcionaba en los meses estivales compensando así la improductividad de la Carmelita.

Plano de los fondeaderos de Villaricos y Palomares, levantado en 1876, en el que puede distinguirse la desembocadura del Almanzora y su cercanía a la torre, la zona industrial y el área urbana de Villaricos, causa de numerosas enfermedades de tipo infeccioso. Col. Enrique Fdez. Bolea

4. Valores medioambientales de su desembocadura

En un entorno de carácter semiárido como el Levante almeriense, la existencia de estas pequeñas lagunas o encharcamientos en las desembocaduras de los ríos Aguas, Antas y Almanzora representa una oportunidad de vida para cientos de especies vegetales y animales. Estos ecosistemas de humedal son islas que albergan comunidades faunísticas y botánicas nítidamente diferenciadas de los entornos próximos que las rodean.  

En las lagunas y charcas de su desembocadura, hasta el siglo XIX un foco de infección, hoy florece un humedal biodiverso, refugio de una riquísima avifauna. Fuente: www.aeronomadas.com / César Maldonado

El Almanzora crea en su confluencia con el Mediterráneo un conjunto de pequeñas lagunas costeras que se caracterizan por presentar una lámina de agua permanente. Estas charcas están separadas del ecosistema marino por una barrera de arena que determina que sus aguas posean una concentración de sales sensiblemente menor a las del mar. Si bien las filtraciones a través de la barrera arenosa es una constante, solo con ocasión de fuertes temporales de levante o de riadas esta franja natural se rompe y ambos medios entran en contacto, permitiendo además que buena cantidad de los sedimentos acumulados en las cubetas de las lagunas se liberen.

Nos hallamos ante un ecosistema complejo en el que se da un equilibrio muy frágil que puede quiebre con facilidad cuando se producen alteraciones. Las plantas que aquí prosperan podrían agruparse en dos categorías: plantas que crecen en las orillas o aguas someras, con su base sumergida pero con las flores y las hojas por encima de la superficie acuática, como el carrizo, la enea, el junco de laguna o la junquera; y las plantas acuáticas que mantienen todas sus partes sumergidas o flotando en el agua. Fuera de la charca, aunque condicionada por el agua oculta y cercana a la superficie donde llegan las raíces, prosperan los tarayales. Junto a los tarays, completando este ámbito botánico, suelen crecer la verdolaga marina o cenizo blanco y la salsona o hierba del cólico. Alrededor de las lagunas y su vegetación de ribera, sobre suelos que se encharcan temporalmente y, por tanto, existe una mayor concentración de sales, proliferan las comunidades halófilas como la sosa jabonera, la sosa alacranera y la sosa fina; en aquellos terrenos próximos a las lagunas pero que no suelen encharcarse aparecen las saladillas como siempreviva blanca.

La desembocadura de Almanzora es un paraíso para las aves acuáticas, tanto las que permanecen durante todo el año como las que eligen este espacio para pasar el invierno. Entre las especies más frecuentes hallamos los patos, algunos tan comunes como los porrones bastardo y moñudo, y otros menos asiduos como el porrón pardo. Es muy habitual la presencia de la cerceta común y el cuchara europeo, y resulta muy destacable el número de ejemplares de gallo azul, también llamado calamón común. Igualmente puede verse a menudo, siempre formando grupos de varios individuos, la garceta común y la garcilla bueyera, que utilizan los carrizales como reposaderos y dormideros. Sin embargo, las garzas real e imperial, de comportamiento menos gregario, suelen observarse solitarias. Ahora bien, no todas las aves se hallan de paso, ya que algunas especies como el el porrón europeo, el ánade azulón, la gallineta común, el zampullín chico o la focha europea permanecen en este paraje durante todo el año.

Otras especies animales comunes que tienen su hábitat en este humedal son la rana común, la culebra de agua viperina o el galápago leproso.

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